viernes, 18 de marzo de 2011

Un día que empezó como siempre. MUEBA COMPARTE


Amigos/colegas: 
Acá Cristian Busamia nos envió un cuento escrito por él para compartir.

Un día que empezó como siempre.

El día empezó como siempre. Lo que ocurriría luego se lo podría atribuir a una mente muy fantasiosa o al mal designio de un ser poderoso y perverso.
Arranqué como siempre, prosigo, y luego de levantarme y todo lo que impensadamente se va sucediendo, terminé mi ritual como lo suelo terminar: tocando un rato mi guitarra. Algunos, luego de su ritual matutino, prenden un cigarrillo o riegan sus plantitas, a mi me da por tocar mi guitarra. Fue así como recorrí toda la distancia que nos separaba para tomarla con fuerza pero gentil y me senté donde suelo sentarme a dejar fluir libres, notas, escalas, arpegios y acordes. Mi guitarra suele estar afinada así que solo me senté y toqué. Aquí es donde ese día normal se convertiría en algo más que inolvidable para mí.
Qué pensarán de mí si les digo que por más empeño que pusiese, jamás volví a lograr que suene ningún Do. No soy un virtuoso pero conozco muy bien mi instrumento y se sacarle las notas y transmitir con ellas las emociones que quiero. Pero por más que lo intentaba, no lograba sacarle a mi guitarra ningún Do. De ninguna octava, ni agudo, ni grave. Nada. Cuando tocaba una escala, por ejemplo Sol-La-Si-Do-Re-Mi-Fa (como dato anexo es una escala en modo Mixolidio), jamás lograba hacer que suene el cuarto grado, como ya habrán adivinado aún sin saber nada de música: el Do. Silencio total. Intenté incluso pulsar un Si contiguo y levantar la cuerda, pero cuando empezaba a arrimarse la afinación, silencio.
No sería hasta bastante avanzado el día que me encontraría con la respuesta a esta incógnita. Nada de lo que mi revoloteadora mente intentase elucubrar me acercaría en lo más mínimo a la terrible y disparatada, absurda, extravagante, ilógica, delirante y desvariada verdad.
Cuando por fin me cansé de intentar y decidí buscar la verdadera causa de tan extraño comportamiento, de mi guitarra, de mi oído, de mi mente o hasta incluso de la física misma, recurrí a un método que pocas veces utilizo pero que según me han dicho es una fuente de inagotable conocimiento acerca de todos los temas. Encendí la televisión. Mi sorpresa fue infinitamente mayor al ver que en un canal de noticias mostraban a un montón de aparentes músicos con pancartas, banderas y muchos otros artilugios de protesta (algunos muy novedosos, quisiera agregar) frente a un Ministerio. No recuerdo ahora su nombre porque lo acababan de crear para llevar adelante esta vergonzosa e inhumana acción de gobierno. No teniendo ya de dónde sacar dinero para supuestamente gobernar, a un carente de sus lóbulos prefrontales, de sus amígdalas… de todo su hipocampo cerebral, se le ocurrió esta desbarrancada idea. Empezar a cobrarnos a los músicos por el uso de esta nota. Y no solo a los músicos. Probé pedirle a mi mujer que silbe un Do más o menos afinado y tampoco sonó. Nadie puede ya tocar un Do sin pasar primero por las garras recaudadoras de nuestro insaciable e ineficiente gobierno.
Cómo lo lograron, qué tecnología utilizaron, es y será para mi un misterio. Por lo menos hasta que alguien se digne a filtrar información o aunque sea alguna vaguedad aproximada contraria pero que nos permita deshilvanar algo, aunque sea por su opuesto. Soy un fanático de cuanta teoría conspirativa anda dando vueltas y creí que estaba preparado para todo. Las máquinas de cambio climático, los asentamientos en la Luna, de extraterrestres, de los yankis y hasta de los nazis. El triángulo de lanzamientos a través de “agujeros de gusano” en las Bermudas, o su cercana base de lanzamientos de naves extraterrestres en el sur de La Florida. El “cajoneado” motor a agua (hidrógeno más precisamente), el verdadero principio y fin del atentado a las “torres gemelas”, la verdadera ocupación del creador de Wikileaks o la verdadera “inteligencia” detrás de Facebook, etc. De todo estoy al tanto y en todo esto creo. Por factibilidad o, como dije, por oposición. Pero esto a lo que me estoy enfrentando ahora me sacó completamente de mis cabales. Me dejó acalambradamente boquiabierto.
El destino y las intenciones de muchas de las políticas con las que nos suelen gobernar, rara vez son comprendidas, o incluso correctamente sopesadas, hasta que pasa mucho tiempo y ya es tarde para reconocerles su valor y acierto a quienes las promulgaron. Tal y como sucede con nuestros padres negándonos esos sabrosos pero insustanciosos caramelos antes de la nutritiva cena. Pero es en este caso donde no creo que jamás podamos verle una ínfima luz de utilidad o de atino. Sacarles el Do a los ciudadanos es lo más ridículo que jamás se le pueda haber ocurrido a alguien. Aunque cobrar luego para que lo utilicen cobra algún sentido, valga la “repugnancia”. Pero igual, es descabellada y ridículamente absurdo.
Qué hacer entonces. Empecé a intentar reemplazar el Do, por ejemplo por su tercera, el Mi. Funcionaba a veces pero me dejaba siempre con un poco de incertidumbre e insatisfacción. Luego recordé su quinta, el Sol. Probé y me agradó más, pero me llevaba a sentir un poco más de tensión y ni hablar si la cambiaba por su séptima (obviamente mayor, de haber sido menor debería haber tocado un Si bemol, un error garrafal, pero tolerable por ser “blusero”). Ahí no había manera de soportarlo. Probé con la segunda, el Re y con la cuarta, el Fa y nada. Todo muy tibio. Era, pues, hora de tomar cartas en el asunto.
Antes del final del día y a la vista de que la recaudación era un éxito arrasador, y sin darme tiempo a que pudiese ponerme a escribir siquiera esas cartas, dieron otro paso adelante. Fueron por más. Ya no se podría tocar sin pagar ni el Do, ni el Re ni el Mi. Y para el final del día siguiente, estaban todas las notas naturales afectadas por este injusto gravamen. Y las alteraciones claro, les costó un poco llegar a entender cuándo eran bemoles y cuándo sostenidos, porque para el Fisco, si bajás o si subís, te cobra lo mismo. Pero más temprano que tarde ya estaban todas las notas adentro. Ya no había música libre. Y pronto ni los tambores ni platillos se salvarían. Todo lo que hiciese vibrar el cuerpo con algún asomo de emoción musical, quedaría incluido dentro de esta profana ley. Hasta llegó el día en que ni se pudo tocar un timbre o una campana o siquiera golpear la puerta para anunciarse sin tener que pagar. Dios debe estar sordo pensé. Y fue ahí, justamente en ese instante y a partir de ese pensamiento cuando se me ocurrió la solución, o al menos mi solución.
Antes de que un ser humano pueda llegar a crear algo, primero lo tiene que imaginar. El pensamiento es el poder máximo con el que contamos. El Estado no entrará a mi mente pensé. Desarrollaré pues un instrumento absolutamente mental. Lo escucharé solo yo, claro, pero esto me bastaba.
Así me pasé varios meses e incontables horas de arduo trabajo para definir, desarrollar, poner en funcionamiento y perfeccionar mi instrumento músico-mental. Al fin y al cabo de largos períodos de incomunicación hasta con mi propia familia, lo logré. Triunfante, extasiado por el éxito y dispuesto a todo, lo encendí y lo hice sonar. Me permitirán poner un ejemplo. Fue como finalmente sacar la nariz y respirar luego de estar demasiados minutos debajo del agua. Fue en parte y sin ostentación, como revivir. Mi instrumento músico-mental sonaba de maravillas. No solo que me brindaba los más exquisitos sonidos sino que además reproducía muy bien mi voz. Si no lo dije antes fue por vergüenza de ser humano, cantar estaba gravado con doble canon. En fin, como les decía, mi voz sonaba perfecta y con todos los matices y recursos con que contaba mi voz física. Nada me faltaba. Lo tuve todo.
Será que lo bueno, si breve dos veces bueno. Pero este inalcanzable nirvana, este horizonte lejano se siguió moviendo de repente.
Nueva ley nacional: En todo el territorio nacional quedará gravado con 5 veces el canon a los sonidos ejecutados por cualquier hombre o mujer a toda persona, real o imaginaria, que sea detectada pasando más de cinco minutos pensando en sus horas de vigilia. Y no tardaron en acorralarme en mis sueños también.
Veo a mi alrededor millares de personas sin vida, que van de un lado al otro sin lograr pensar ni sentir y al llegar a mis cuatro minutos cincuenta y nueve segundos, me convierto por fin, en uno más de ellos.

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