Oscuramente se hace presente. Hay allí una
voluntad personal que implica siempre una concreción compartida. Hay siempre un
grupo de gente actuando según un objetivo común, donde ocurre algo nuevo, donde
una nueva relación comunitaria se establece.
Y podemos imaginar un grupo de personas
actuando, modificando en principio para el propio grupo, alguna realidad.
Un deseo que no es personal, pero es íntimo:
que algo funcione. Que algo sea transformado, transformarse en agente de un
cambio que cambia una realidad y a las personas y grupos implicados. Que algo y
alguien aproveche su potencial.
Una acción donde las fuerzas creativas
individuales no se sacrifican a favor de una concreción común, sino que
encuentran expresión en ese beneficio.
El deseo siempre tiene un aspecto sensual, que
implica la búsqueda de la descarga, de la distensión. Es una serie de clímax
parciales, que van constituyendo la biografía de su configuración, de su
devenir, de su siempre inesperada resolución, de su fracaso, de su concreción,
de su extravío, de su renacimiento.
El deseo pone en marcha cuestiones que al
realizarse, ya no se llaman deseo, sino acción. Se desea el movimiento, se
desea lo que produce el movimiento, las concreciones suelen tener otra cara que
la imaginada y sin embargo no hay allí frustración.
El deseo pone en marcha los vehículos de su
propio esclarecimiento. A medida que se avanza se vuelve impreciso,
desconocido, y su re-conocimiento nos pone al tanto de las dificultades reales,
es decir del lugar que ocupamos indefectiblemente, en la puja por poder
realizarlo. Lo que media entre la decisión y el movimiento, lo que el
movimiento debe encarar, la trayectoria a que está obligado.
Nos encontramos realizando entonces, un
movimiento inesperado, y de tanto en tanto lo inesperado juega a nuestro favor.
El deseo nos lleva a la búsqueda de nuestro
poder inmediato: el poder de la imaginación y el poder del movimiento.
Saludos,
Pablo Rassetto.
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